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La Florista

La florista 

En el café lloraban los violines

entre un cascabeleo de cristales.

- ¿Flores señor? Hay rosas y jazmines...

musitaron dos labios musicales.

Hubo en la voz tan íntima dulzura

suavizadora del ofrecimiento,

que alcé mi vista hacia la criatura

desde la ausencia de mi pensamiento.

Era una niña blanca, bella y fina

y anémica, como una colombina

de labios rojos y óvalo amarillo.

Y al ofrecerme el precio de su cena,

se fugaron las rosas del cestillo

hacia sus dos mejillas de azucenas.

Rafael Alberto Arrieta


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